Metáfora Vegetal

Horario y Lugar
Martes a Viernes 11:00-19:00 / Sábado 11:00 - 14:00 Lunes y Domigos cerrado.
Artistas
Soledad Urzúa
20. Jun 27. Jul. 2024 11 - 19

Metáfora Vegetal: Soledad Urzúa

Existen muchos mitos incas acerca de cómo surgió el maíz. En uno de ellos, Kuru, un malvado hechicero, se enamoró de una mujer muy hermosa llamada Mama Sara. Para tomarla por esposa, le llevó ofrendas a los padres, quienes, pese a la desconfianza que sentían, finalmente, aceptaron. Mama Sara, desamparada, tomó una daga y escapó con la intención de quitarse la vida. Al acercar la daga a su corazón, le rezó a Inti, el dios del Sol, quien decidió protegerla convirtiéndola en maíz. Cuando la gente del pueblo vio la planta quedó maravillada ante su belleza y la trágica gestualidad de sus hojas que, alzadas al cielo, parecían brazos pidiendo auxilio. Comprendieron que era Mama Sara y determinaron que solo las mujeres debían recolectar el maíz, pues si los hombres lo tocaban marchitarían las futuras cosechas.

Junto a la patata y la coca, el maíz era la planta más venerada en el Imperio incaico. Hoy, el maíz es el alimento que más se cultiva en el mundo. Mientras que sus granos nutren a la humanidad, sus hojas son un inútil residuo que se bota, se entierra o quema. En Metáfora Vegetal, la artista chilena Soledad Urzúa ha conseguido revertir ese menosprecio, utilizando las hojas de maíz como materia prima de sus obras.

La materialidad ha sido central en la producción artística de Urzúa. Comenzó creando sus propios papeles a partir de pulpa y luego descubrió un conjunto de papiros prensados del Himalaya que, al no poder venderse, se estaban deteriorando en una bodega. Esa fue su primera experiencia trabajando con deshechos, con aquello que el mercado no valoraba. Cuando los papiros se acabaron, buscó otros materiales. Inspirada en los trabajos de Vivian Suter, la artista argentino-suiza que en sus pinturas utiliza materiales no tradicionales como cola de pescado, piedras volcánicas y extractos vegetales, Urzúa experimentó con diversas plantas, sin suerte. Las hojas se descomponían o se secaban y resquebrajaban. Hasta que, un día, se encontró con un nuevo material: las hojas de maíz. Investigó sobre ellas y descubrió que eran impermeables, lo cual le impedía pegarlas con cola blanca. Entonces, en sus palabras, el maíz la domesticó.

Urzúa obtiene las hojas de las plantaciones y, para utilizarlas, debe seleccionarlas, lavarlas, hervirlas, teñirlas o dejar que se sequen, luego debe plancharlas, doblarlas y coserlas. El resultado alcanzado, esos pequeños rectángulos de hojas de maíz atado y teñido, corporizaban las pinceladas de sus pinturas al óleo y con ellas comenzó a montar sus obras. Urzúa advirtió que el maíz no solo estaba anclado a la historia de Latinoamérica sino que, además, sus granos que nutren y sus hojas que se descartan, eran una metáfora de la marginación de la mujer y, especialmente, de su invisibilizada entrega. Por ello, decidió incluir en su obra la participación de más de setenta mujeres. Como si buscara lo mismo que el escultor ghanés El Anatsui ―otro de sus referentes― quien, para confeccionar sus formidables tejidos hechos con tapas de botellas (otro deshecho), trabaja con numerosos asistentes, pues espera que en sus obras se sienta la presencia de muchas manos. Pensando siempre en cómo hacer visible lo oculto, Urzúa consideró que parte de esas manos debían ser de mujeres encarceladas. Dentro de la prisión, se sentó junto a ellas en una mesa y doblaron y cosieron hojas de maíz. Urzúa les pedía un tipo de cierre, les sugería colores, pero ellas fueron improvisando, dejando su registro, buscando manifestarse a través de la hoja. Lo no productivo para la sociedad ―las hojas de maíz, las mujeres presas― adquieren notoriedad en las obras de esta exposición, se las rescata del abandono al transformar el proceso creativo en una experiencia colectiva. Una vez que Urzúa ha reunido todos sus pequeños rectángulos cosidos, los ordena por colores y con la tela en el suelo compone un collage, agachándose, replicando el movimiento de quienes plantan el maíz, sembrando su obra, la que solo conoce cuando adquiere verticalidad.

En su obra anterior exploró la figura de los volcanes, formación geológica que abunda en Chile y que, según los mapuches, es por donde respira la tierra. El volcán es un triángulo que apunta hacia el cielo. Al enfrentar la hoja de maíz, también triangular, Urzúa invirtió su dirección reproduciendo la geometría del útero. La hoja de maíz que protege los granos se convierte en metáfora del útero que contiene la vida, figura central de esta exposición. En este sentido, recuerda al ecofeminismo de la artista chilena Cecilia Vicuña, quien también trabaja con abandonos vegetales e históricos, con un lenguaje textil, con imágenes menstruales, con una conciencia en su condición de mujer.

Las obras de Metáfora Vegetal traen a un primer plano aquello que el capitalismo desprecia. Tanto en su materialidad, elaboradas con residuos industriales como la hoja de maíz; como en su proceso de creación, desmontando el individualismo con el trabajo colectivo; y en su temática, visibilizando aquellas labores que realizan mujeres y que carecen de valor para un sistema regido por el mercado. Urzúa intenta resquebrajar aquel silenciamiento a través de la imagen representada y de la creación colectiva. En las muchas manos que componen esta exposición participaron mujeres que han querido ser madres y otras que no lo deseaban, mujeres embarazadas y mujeres que han abortado, mujeres que están criando a sus hijos y otras que los han perdido, mujeres que no han sido madres y que, de serlo, tendrán que luchar para no terminar como una hoja de maíz enterrada. Las obras de Metáfora Vegetal sugieren una salida a ese destino.

Alan Meller